martes, 13 de enero de 2009

Mariquita


Martín cerraba el puño y con la mirada fija en Nora, su mamá, tímidamente, como sacando las palabras del fondo de una heladera la llamó,
-Ma.
-…
-Ma.
-¿Que pasa Martín?
-Ma, encontré una vaquita de San Antonio.
-¡hay que linda!, ¿donde estaba?
- en las galletitas, subida a un paquete de “Cerealitas”… ma, ¿que hace acá una vaquita de san Antonio, ¿esta perdida?
-no se Martín, tal vez si.
El barullo de voces y bips de cajas registradoras del supermercado, embotaban el breve diálogo. Nora sin más esfuerzo por seguir debatiendo sobre el hallazgo de su hijo, volvió a su rutina de resoplidos por la lentitud en que avanzaba la fila, un tedio que iba en aumento en todos los que se agolpaban con sus changuitos cargados de paquetes de todo tamaño y color.
Martín abrió el puño y contempló por un buen rato las pintitas rojas salpicadas sobre el negro del caparazón del insecto, optó por arrojarlo con toda su fuerza hacia arriba, para darle el tiempo de desplegar las alas y volar seguramente hasta la salida del supermercado por su propia cuenta. Pero el torpe movimiento de su brazo solo alcanzó para que el puntito negro y rojo cayera a los pocos centímetros como una pesada bolita de cera caliente que se desprende de una vela, y con tan mala suerte, que no solo desacertó en el lugar de aterrizaje, el pasillo de entrada a una de las cajas, sino también en la posición; patas arriba.
Martín se quedó mirándola y calculó el tiempo que le quedaba de vida antes que un zapato, de los muchos que pasaban por ese lugar, cobraran su vida; pero el tiempo transcurría y los zapatos apenas si rozaban su cuerpecito, en cambio, para fastidio de Martín, su fila no avanzaba lo suficientemente rápida como para justificar un conveniente desinterés por la suerte del bichito al que había arrojado a esa suerte tan magra.
Nuevamente miró a su madre pero no dijo nada, ambos cruzaban cada tanto los ojos en silencio envueltos por la pegajosa densidad del barullo. Luego observaron a la vaquita que aun pataleaba intentando en vano girar el cuerpo, y mientras esta escena se prolongaba, un frío de angustia corría por la nuca de Martín cada vez que uno tras otro los zapatos pasaban a centímetros de la mariquita pero sin tocarla.
-¿Qué podía hacer?-, pensaba, la decisión ya había sido tomada, el error lo pagaría el bicho con su vida y Martín con la angustia de no haber podido resolver su situación pero eso es todo, seria una torpeza intentar salvarla, -“¿quién haría una cosa semejante?”-. Al pensar esto Martín de pronto sintió que todas las miradas de quienes hacían fila junto a él y su madre convergían como pequeñas y punzantes amonestaciones, -“solo es posible vencer este aburrimiento buscando con que entretenerse,”continuó razonando -“y de seguro que verme a mi tratando de salvar a un bicho insignificante es toda una distracción. Pero por otro lado, ya deben haber visto como la arrojé al aire, y estarán calculando cuanto falta para que quede totalmente destrozada bajo la suela de un zapato, ¡tengo que rescatarla!”-, pensaba, -“pero…ir por un bichito tan insignificante, bichito que por otro lado los hay por millones en todo el mundo y millones de ellos mueren todo el tiempo, en los radiadores de los autos en las rutas o por los plaguicidas, ¿que importancia podía tener esta única vaquita?, ¿Qué tiene esta vaquita en especial que no tengan las miles de millones que mueren todos los días?. Pero tal vez todos hayan visto con que salvaje trato la arrojé a su suerte, tal vez ya me estén condenando silenciosamente, sin siquiera abrir la boca, incluso haciendo las tareas mas insignificantes como revisar sus changuitos, pero en cambio solo un pensamiento estaría circulando por sus mentes-¡él la mató!”.
El ruido de aquellas palabras retumbó en la cabeza de Martín, y se sacudieron aún mas cuando su madre, que por aburrida no perdía detalle de la escena, comentó como para hacer mas llevadera la demora:
- ¡hay…pobre …al final se quedó patas para arriba!.
- “¡Luz verde!”- pensó Martín, y sin dudarlo dos veces camino hasta donde yacía pataleando el coleóptero y acercó muy lentamente uno de sus dedos a las patas que se movían inútilmente como si fuesen las cintas pegadas de un aire acondicionado tratando de asirse al suelo. En el instante en que no hubo distancia entre patas y el dedo, el bicho logró engancharse y con otro suave movimiento Martín lo encerró en su palma sintiendo el cosquilleo de las patitas que se escurrían por cuanto pliegue de piel le significara su libertad.
Sentía las miradas en su nuca, toda la fila había hecho u gran silencio pero Martín se sentía protegido, las palabras de su madre hicieron un escudo protector y ni siquiera los tenues cuchicheos que terminaban en unas sonrisas irónicas pudieron desviar el salvataje.
-¡Ma!, me esta hablando-puedo sentirla través de la palma de mi mano- tiene miedo, pensó que iba a morir aplastada, pensó que me iban a acobardar las miradas de los demás, y que por no quedar en ridículo me desentendería de su situación, pensó que vos tampoco dirías nada para hacerme reaccionar, pensó que la vida es realmente muy corta, tuvo miedo del dolor de un pisotón, y que luego de la muerte no haya nada.
-¿Cuanto es?-
-Ochenta con veinticinco, y por favor si tiene veinticinco centavos se lo voy a agradecer.
-ma… me escuchas?, si todavía la siento temblar.
-no, no me quedan monedas, lo siento es terrible la falta de monedas.
-ma…me miran.
-si, no hay monedas por ningún lado.