jueves, 6 de diciembre de 2012



El paseante, por un momento, tal vez en un café con amplios 
ventanales se detiene a mirar. Es el doble juego del habitante urbano,
 el ser-acción, objeto de la mirada y el ser-contemplación, espectador 
de la acción de la urbe. Lo que queda claro es que la tecnología o las
 prótesis de registro (celulares, cámaras digitales), nos impulsan a que 
ninguna de estas dos posibilidades queden sin registro, incorporando 
una tercera mirada, furtiva y fantasmal.

Urbano 1





Entender lo urbano como un acontecimiento que no puede ser evitado
sacado del cuerpo porque es ya cuerpo y nuestros cuerpos son ciudades.
Es una novedad que recorre la geografía e inocula el sueño de lo solido,
 aun cuando el mismo esté condenado a desvanecerse en el aire.







Existe un espíritu urbano, un rayo invisible que transvasa 
a quienes habitan las ciudades. Una estética solo asequible 
desde la intuición a quien haga la practica de observar en 
sus habitantes los gestos, movimientos, sonidos, posturas 
y la siempre tensa relación con un paisaje que contiene, 
pero que a su vez es contenido, es identidad, es memoria.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Memoria





Que puentes extraños tiende la memoria con la identidad; con los cientos o miles de fragmentos de un pasado que edifica quien soy hoy. Cuantas imágenes, texturas, olores, cuantos colores. Y todo eso amalgamado por el engrudo pegajoso de un sinnúmero de sensaciones, casi como si de sueños se tratara.
Este álbum de fotos es prueba de mi memoria, y por lo tanto una prueba absolutamente personal y subjetiva por cuanto solo cumple la función de solazarme en mis propios recuerdos. Por ello quizás ninguna de ellas represente nada para nadie. Quizás no sean más que imágenes-vestigio de una casona muy descuidada, un paisaje con el encanto de la decadencia que solo el arte fotográfico puede convertir en “decadentemente bello”, encantador y a la vez melancólico. Estas imágenes son fragmentos de mi niñez, son una patio de juegos, amigos, momentos hermosos, aventuras en donde todo era un descubrimiento, desde estas fotos puedo revivir lo olores de la merienda, el almuerzo de pan de carne, y los postres de gelatina, puedo revivir los talleres de música, de teatro, de granja y las palomas mensajeras que nunca regresaron, puedo explorarme y ver al niño que jugaba (casi autísticamente) con la brea del piso, o tratando de leer el lomo de los bichos bolita. Puedo sentir el eco de las canciones que cantábamos transportados por las notas del acordeón de Harry, que una vez terminados le allanaban el camino a sus muchos relatos. Pero también es un testamento a mi propia historia familiar, ya que el arenero que allí aparece asediado de maleza (que es la forma que tiene la vida de abrirse paso por nuestras pequeñas y mundanas obras), y el gallinero del que solo queda una pequeña torre, fueron construidos por mis padres y es de suponer que representaban el valor más alto y el motivo para enorgullecerme de ellos cada vez que entre sus límites jugaba a los vaqueros con José Luis, con Diego, con Jorge y no sé cuántos chicos más.
Exactamente hoy, a poco más de un mes de que mi viejo decidiera marcharse a otra existencia puedo reencontrarlo gracias a estas imágenes… parece absurdo, uno se pregunta ¿Cómo puede una bandeja en una cocina, o unos radiadores en una pared, o una escalera, o un jabón en un baño traerme a mi viejo y activar recuerdos como si fuesen las miles de estrellas de un fuego artificial recién detonado?, y es allí, exactamente en ese instante que comprendo el poder del olor de la magdalena de Proust, en esa encrucijada en al que se hace imperativo recobrar el tiempo perdido y transitar, de seguro arbitrariamente, los increíbles puentes que nos tiende la memoria.http://www.flickr.com/photos/eternauta32/sets/72157631890426819/

jueves, 28 de junio de 2012

 

Hechicera

Cuantas maneras existen
de ver y verte.

Porque en la imagen
te enseñas
como una hechicera nocturna.

Porque en el riesgoso sueño de las mareas
te mueves...
como el ritmo de un corazón ardiente
o la belleza atomizada de un colibrí.

De cuantas maneras,
de cuantas palabras que te nombran
puedo yo apropiarme,
para hacer de tu cuerpo mi memoria,


contra los relojes,

y las decencias.

martes, 22 de mayo de 2012

http://www.flickr.com/photos/eternauta32/7238816420/in/set-72157629824178140/



  

“…es ese azar que en ella me despunta”. “Surge de la escena como una flecha que viene a clavarse”. El punctum “puede llenar toda la foto” (....) aunque “muy a menudo sólo es una detalle” que deviene algo proustiano: es algo íntimo y a menudo innombrable”

Roland Barthes “La Cámara Lúcida”

Punctums

De los primeros años de la dictadura persisten imágenes en mi memoria. En ese tiempo mis padres, ávidos consumidores de publicaciones gráficas, conseguían amontonar en los armarios decenas de ejemplares de revistas de historieta como la Skorpio, Tit Bits, junto a semanarios de humor gráfico y políticos como Humor, Superhumor, Crisis; y claro, indudablemente con la curiosidad del niño que fisgonea las cosas de “los grandes”, accedí visualmente a esas publicaciones y con ellas fui forjando una amalgama de sentidos extraños, imprecisos, en los que se urdían la aventura gráfica, la violencia y el humor con una sensación densa, un tufillo represivo que alimentaba una  voz baja, como a un nivel inter-consciente que me narraba lo que estaba ocurriendo. A temprana edad supe que había en la calle ciertas cosas que debían mirarse como de reojo, como no queriendo mirar pero al mismo tiempo este “no ver” debía estar acompañado de una suerte de estado de alerta. Estos objetos de la vida real, de ese tiempo, fueron agolpándose en mi cabeza hasta formar una, seguramente eficaz, imagen de la dictadura de la que mis padres probablemente querían protegerme. Aún hoy, estas imágenes me persiguen y forman, cuando camino por las calles, unas descontextualizadas ideas-ideológicas en un presente que nada tiene -o tal vez si- que ver con el del niño que fui. Recuerdo que en esa época estaba obsesionado con, por ejemplo, saludar a los policías “para que no nos maten” como decía mi madre que yo argumentaba, o pensar en gente prisionera y fusilada al pasar por la puerta de la ESMA. Recuerdo dos punctums al que mi mirada se dirigía y aun hoy son donde mi mirada se detiene como poseída por una irrefrenable fuerza de atracción. Estos punctums que de alguna manera tienden un puente entre pasado y presente tiñen de recuerdos mi memoria como la magdalena de Proust. El primero, son las garitas de vigilancia de cualquier sitio militar o policial, y que me transportan a aquellas de la ESMA, similares a tanques de agua con unas pequeñas ranuras rectangulares en sus costado de las que siempre sobresalían los caños del fusil FAL. El otro, los temidos autos Falcons verdes.
Sabía, incluso siendo un niño, que en esos vehículos había gente peligrosa de oscuros lentes negros, como en la canción de Pipo Cippolati, que tenían la oprobiosa misión de llevarse gente por pensar distinto, por no pensar como ellos. Era suficiente con haber visto los dibujos de los chistes de la revista Humor para saberlo, era suficiente con ser un niño al que sus padres no le cierran los ojos o los oídos a ciertos  comentarios a cierta música para comprender quienes eran y que estaban haciendo. Eso era motivo suficiente para que el niño de entonces y el adulto de hoy no puedan evitar desviar una  magnetizada mirada a los Falcons verde, ayer briosos corceles de hierro en manos de los represores, hoy desvencijadas carrocerías llenas de óxido. Y da lo mismo si los ocupantes de esos coches, estaban vestidos de sport, o traje, o si eran mujeres o ancianos o parejas despreocupadas  o si eran como estoy seguro de haberlo visto una solo una vez en la curva de una colectora de acceso a la avenida General Paz, cuatro hombres que sacaban armas por las ventanillas, lo importante era que nunca supiesen que yo no pensaba como ellos y así mantenerlos alejados.