Que puentes extraños tiende la memoria con la
identidad; con los cientos o miles de fragmentos de un pasado que edifica quien
soy hoy. Cuantas imágenes, texturas, olores, cuantos colores. Y todo eso
amalgamado por el engrudo pegajoso de un sinnúmero de sensaciones, casi como si
de sueños se tratara.
Este álbum de fotos es prueba de mi memoria, y por lo
tanto una prueba absolutamente personal y subjetiva por cuanto solo cumple la
función de solazarme en mis propios recuerdos. Por ello quizás ninguna de ellas
represente nada para nadie. Quizás no sean más que imágenes-vestigio de una
casona muy descuidada, un paisaje con el encanto de la decadencia que solo el
arte fotográfico puede convertir en “decadentemente bello”, encantador y a la
vez melancólico. Estas imágenes son fragmentos de mi niñez, son una patio de
juegos, amigos, momentos hermosos, aventuras en donde todo era un
descubrimiento, desde estas fotos puedo revivir lo olores de la merienda, el
almuerzo de pan de carne, y los postres de gelatina, puedo revivir los talleres
de música, de teatro, de granja y las palomas mensajeras que nunca regresaron,
puedo explorarme y ver al niño que jugaba (casi autísticamente) con la brea del
piso, o tratando de leer el lomo de los bichos bolita. Puedo sentir el eco de
las canciones que cantábamos transportados por las notas del acordeón de Harry,
que una vez terminados le allanaban el camino a sus muchos relatos. Pero
también es un testamento a mi propia historia familiar, ya que el arenero que
allí aparece asediado de maleza (que es la forma que tiene la vida de abrirse
paso por nuestras pequeñas y mundanas obras), y el gallinero del que solo queda
una pequeña torre, fueron construidos por mis padres y es de suponer que
representaban el valor más alto y el motivo para enorgullecerme de ellos cada
vez que entre sus límites jugaba a los vaqueros con José Luis, con Diego, con
Jorge y no sé cuántos chicos más.
Exactamente hoy, a poco más de un mes de que mi viejo
decidiera marcharse a otra existencia puedo reencontrarlo gracias a estas
imágenes… parece absurdo, uno se pregunta ¿Cómo puede una bandeja en una
cocina, o unos radiadores en una pared, o una escalera, o un jabón en un baño
traerme a mi viejo y activar recuerdos como si fuesen las miles de estrellas de
un fuego artificial recién detonado?, y es allí, exactamente en ese instante
que comprendo el poder del olor de la magdalena de Proust, en esa encrucijada
en al que se hace imperativo recobrar el tiempo perdido y transitar, de seguro
arbitrariamente, los increíbles puentes que nos tiende la memoria.http://www.flickr.com/photos/eternauta32/sets/72157631890426819/