sábado, 17 de septiembre de 2011

El Quark, La puerto Rico y como entré al universo “Juan Sasturain”


El Quark, La puerto Rico
y como entré al universo “Juan Sasturain”


Al detenerme en la puerta del café, lo vi avanzar por la misma cuadra. Calzaba un sombrero tipo Cluseau y unos gruesos lentes negros que le cubrían el rostro. Pasó a mi lado y entre ademanes de saludos a los mozos, fue a sentarse en una mesa oculta por una de las gruesas columnas de mármol que adornan el interior de La Puerto Rico. Esa canosidad escapándosele por los aleros del sombrero y ese aire de misterioso agente secreto hicieron sobresaltarme el corazón, - ¿será Juan? ¿Será posible?

Haciendo un esfuerzo por recordar al personaje de televisión de calvicie rodeada por una corona blanca y semilarga, mirada escrutadora, pícara y profunda, sostenida desde unos pequeños lentes en perpetua posición de viejo librero, fui acercándome al punto de traspasar la columna que lo protegía. Comprobé entonces que aquel hombre, ya despojado del sombrero y de los gruesos anteojos oscuros, reunía todas esas características. Incluso, cuando sigilosamente me acerqué hasta toparme con el borde de su mesa, como el personaje del “corazón delator”, tan sigiloso que nadie habría notado siquiera el más leve de mis movimientos, pude contemplarlo en todo detalle. Usaba ahora unos pequeños lentes caídos sobre su nariz mientras ojeaba un magazine de turismo de caza, dándole pequeños sorbos a un café cortado. Sin esperar a ser descubierto, débilmente pero seguro le espeté: ¿Cómo le va Sasturain?.
Muy tarde me di cuenta del error. El sujeto levantó la cabeza y corrigió la posición de los lentes papanoelenos ubicándolos perfectamente sobre la nariz - algo que a Sasturain nunca le vi hacer en televisión ni en los reportajes- y entornando una sonrisa gardeliana de placer ante el equívoco me contestó- discúlpeme, me encantaría, pero no soy Juan Sasturain.
Mi perplejidad, luego trocada en un cierto encono, no pudo ser mayor. Ese tipo era una copia, una falsificación que con esa sola respuesta me revelaba el ridículo. Ahí parado, en el medio de La Puerto Rico, acorralado en ese inmenso salón, ante la mirada de los mozos y concurrentes, y de seguro la de algún que otro ilustre espectro que fertiliza el lugar, pude solo interpretar una patética coreografía de pantomimas de disculpas y risas exageradas, amén de la explicación de que efectivamente había llegado a aquel café para un encuentro con el señor Sasturain, pero que nunca nos habíamos visto personalmente. Nuevamente el hombre corrió sus pequeños lentes de lectura, aunque esta vez dejándolos en la posición Sasturain y agregó:
-Lo curioso es que usted me confunda con él, siendo usted mismo una copia exacta de su persona, de hecho cuando lo vi parado en la calle estuve muy tentado de preguntarle lo mismo. De agradecerle por su arte, de estrecharle la mano porque lo admiro desde hace muchísimo tiempo, y discúlpeme el atrevimiento, pero ahora que lo tengo enfrente puedo estar seguro de que usted es el Juan que, desde las barricadas y bordes de la cultura, ha desparramado los gestos y la memoria de mi generación, ha construido los pocos reductos mediante los cuales he sentido la libertad de reconocer a mis pares, por ejemplo en el amor por la literatura, en especial la policial, por la poesía por la discusión política, allí donde una mística se convierte en realidad palpable. Usted es quien lleva como muy pocos esa antorcha, le pese o no. Y yo quería solamente agradecerle por sus libros, por sus trabajos periodísticos, por las Fierros, por la historieta, por Perramus, por sus programas televisivos, por todas esas trincheras en que como le dije se construye una mística perdida, la de la aventura.
El hombre hablaba y yo no podía salir de mi asombro, hasta que irrumpiendo la avalancha de halagos inmerecidos lo corté queriendo corregir el tremendo error.
-Discúlpeme el señor…
-Fazio, Nicolás Fazio, un placer y créame que entiendo su fastidio, por eso no quiero importunarle más, usted discúlpeme la impertinencia.
Dicho esto, el hombre velozmente recogió su revista el sobretodo y, sin darme tiempo a reaccionar, ubicó en su respectiva anatomía los lentes negros y su sombrero a lo inspector Cluseau, aunque por el apuro al revés. Lo siguiente fueron los gestos de agradecimiento a los mozos y como en una historieta dividida en viñetas, al cuadro siguiente solo quedaba la puerta cerrándose con un seco ¡slam!. Ya en el siguiente cuadro un tipo idéntico al que huía traspasó el portal del café y como sabiendo exactamente dónde dirigir su mirada, me escudriñó en pocos segundos por sobre los pequeños lentes que le caían en la nariz. Al darme cuenta que volvía a recuperar mi realidad, pero aún con un gesto evidentemente nervioso lo saludé confirmándole mi identidad.
-¡Juan no sabes lo que me acaba de ocurrir!-
-si, que te encontraste un tipo igual a mi, no te preocupes, así nos vemos muchos de los de mi generación-
-claro- pensé –
Me encontraba ya dentro del universo Sasturain.