martes, 22 de mayo de 2012

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“…es ese azar que en ella me despunta”. “Surge de la escena como una flecha que viene a clavarse”. El punctum “puede llenar toda la foto” (....) aunque “muy a menudo sólo es una detalle” que deviene algo proustiano: es algo íntimo y a menudo innombrable”

Roland Barthes “La Cámara Lúcida”

Punctums

De los primeros años de la dictadura persisten imágenes en mi memoria. En ese tiempo mis padres, ávidos consumidores de publicaciones gráficas, conseguían amontonar en los armarios decenas de ejemplares de revistas de historieta como la Skorpio, Tit Bits, junto a semanarios de humor gráfico y políticos como Humor, Superhumor, Crisis; y claro, indudablemente con la curiosidad del niño que fisgonea las cosas de “los grandes”, accedí visualmente a esas publicaciones y con ellas fui forjando una amalgama de sentidos extraños, imprecisos, en los que se urdían la aventura gráfica, la violencia y el humor con una sensación densa, un tufillo represivo que alimentaba una  voz baja, como a un nivel inter-consciente que me narraba lo que estaba ocurriendo. A temprana edad supe que había en la calle ciertas cosas que debían mirarse como de reojo, como no queriendo mirar pero al mismo tiempo este “no ver” debía estar acompañado de una suerte de estado de alerta. Estos objetos de la vida real, de ese tiempo, fueron agolpándose en mi cabeza hasta formar una, seguramente eficaz, imagen de la dictadura de la que mis padres probablemente querían protegerme. Aún hoy, estas imágenes me persiguen y forman, cuando camino por las calles, unas descontextualizadas ideas-ideológicas en un presente que nada tiene -o tal vez si- que ver con el del niño que fui. Recuerdo que en esa época estaba obsesionado con, por ejemplo, saludar a los policías “para que no nos maten” como decía mi madre que yo argumentaba, o pensar en gente prisionera y fusilada al pasar por la puerta de la ESMA. Recuerdo dos punctums al que mi mirada se dirigía y aun hoy son donde mi mirada se detiene como poseída por una irrefrenable fuerza de atracción. Estos punctums que de alguna manera tienden un puente entre pasado y presente tiñen de recuerdos mi memoria como la magdalena de Proust. El primero, son las garitas de vigilancia de cualquier sitio militar o policial, y que me transportan a aquellas de la ESMA, similares a tanques de agua con unas pequeñas ranuras rectangulares en sus costado de las que siempre sobresalían los caños del fusil FAL. El otro, los temidos autos Falcons verdes.
Sabía, incluso siendo un niño, que en esos vehículos había gente peligrosa de oscuros lentes negros, como en la canción de Pipo Cippolati, que tenían la oprobiosa misión de llevarse gente por pensar distinto, por no pensar como ellos. Era suficiente con haber visto los dibujos de los chistes de la revista Humor para saberlo, era suficiente con ser un niño al que sus padres no le cierran los ojos o los oídos a ciertos  comentarios a cierta música para comprender quienes eran y que estaban haciendo. Eso era motivo suficiente para que el niño de entonces y el adulto de hoy no puedan evitar desviar una  magnetizada mirada a los Falcons verde, ayer briosos corceles de hierro en manos de los represores, hoy desvencijadas carrocerías llenas de óxido. Y da lo mismo si los ocupantes de esos coches, estaban vestidos de sport, o traje, o si eran mujeres o ancianos o parejas despreocupadas  o si eran como estoy seguro de haberlo visto una solo una vez en la curva de una colectora de acceso a la avenida General Paz, cuatro hombres que sacaban armas por las ventanillas, lo importante era que nunca supiesen que yo no pensaba como ellos y así mantenerlos alejados.