sábado, 2 de agosto de 2014










Hace un tiempo fuimos a comer a Guerrin, siempre de parados y con la mano, como deben comerse las pizzas del mundo. En medio de esa comilona etrusca acompañada de una buena cerveza y la infaltable conversación siento ganas de orinar. Por aquel entonces para llegar a los baños de Guerrin había que caminar por un largo pasillo, atravesar las capas internas de la pizzeria, un mostrador, el sector de lavado de copas, las zonas de amasado junto a los hornos y seguir, seguir por las regiones mas inhóspitas y lúgubres del local, descender como un Dante urbano hacia los baños retirados al centro, al final, en el mismísimo y medular infierno. El asunto es que al llegar, de un solo y pedante empujón la pequeña puerta de varillas de pino golpeó la espalda de quien estaba tranquilamente lavándose las manos. Pensé en lo mal distribuido de todo: la ubicación del baño, lo estrecho del pasillo por donde salían y entraban frenéticos mozos, y en que el lavabo y la puerta de entrada estaban absolutamente mal ubicados y por ello ese pobre personaje había sido víctima de toda esa irracionalidad arquitectónica. Pero algo sucedió  luego del accidente, un acto que duró apenas unos minutos y marcaría el resto de mi vida. Vi como su mirada se levantaba reflejada en el espejo manchado de salivaciones y gotas de jabón secas, -Es la mirada del diablo!!- pensé. y de inmediato, casi al instante, como suelen aparecer los recuerdos, la asocié a la diabólica mirada que me había aterrorizado de chico en una película llamada "Nazareno Cruz y el lobo". Sin decir nada caminé derecho hasta los mingitorios esbozando apenas una tímida disculpa que se me apagó en la boca como suspiro de moribundo. Me costó una eternidad mear, no sabía si quedarme quietecito hasta que el susto remanente de mi infancia cediera a la tremenda admiración por ese actor, por esa gran voz gutural o simplemente acercarme y declararle mi admiración mas llana y profunda. Al final de esa orinada fui al lavabo ensayando unas palabras temblorosas para decir, pero como suele suceder en estos encuentros, el diablo había desaparecido. Se había esfumado tal vez aburrido de esperarme, tal vez cansado de que no le ofreciera mi alma a cambio de todas las delicias del mundo. Quedé solo en el baño, ahí, en el centro del infierno habiendo desaprovechado la única oportunidad de sellar un pacto con el mismísimo ángel oscuro. Dudé demasiado y ahora solo me queda la anécdota como un aliciente que me entibia el alma, como una pequeña historia que cuento una y otra vez y que se perderá en ese inmenso universo del olvido llamado pizzería Guerrín


La entrevista era a las doce y media. Llegar a la estación Unión Latinoamericana fué sencillo, al poco tiempo de estar en Chile aprendí que la alameda se abre bien grande y que por ahí pasan los hombres libres sacudidos como un banderín dentro de una micro, gracias a la imperturbable demencia de sus conductores. En el instituto me recibió una señorita que me sacaba dos cabezas y unos quince años menos para contarme que la bacante era de un curso sobre Investigación de mercado y estrategias de marketing". Acepté, y mientras nos despedíamos, luego de que me pasara dos fornidos volúmenes relativos al tema, salí del instituto asombrado en todo caso de esta novísima capacidad mía de adaptación laboral. En el trayecto hacia la siguiente media hora de sacudidas, fui leyendo el texto introductorio del libro más grande, un vademécum de como seiscientas ochenta páginas en el que consignaba lo siguiente: "El mundo de la investigación de mercado es de ritmo rápido, la investigación de mercado requiere la perspectiva de una persona informada..." y luego de repetir cuatro veces en dos líneas la palabra "Mercado" unida a unos adjetivos de lo mas ridículos, concluía: "uno de los autores de este libro es un investigador de mercado (bueno eran cinco veces..) , es el único libro de investigación de mercado (seis) escrito por un Presidente y un CEO de una organización de investigación muy exitosa"... A este nivel mi mente comenzó a divagar, a creer que había cruzado definitivamente los lindes perversos de la realidad y había entrado en una dimensión completamente extraña para mi, me sentí un poco mareado, pero a pesar de ello proseguí mi camino. A las pocas cuadras comencé a rumiar un soliloquio demencial, mascullaba sobre el absurdo de convertirme en un educador presto a introducir a unos retoños con acné en el mundo de la mercadotecnia y de verdad que a cada paso todo me parecía mas y mas absurdo. Al doblar por Molina y Alameda un cartel me salvó la vida, "Libros a luca", lo curioso del tema es que la batea se encontraba frente a una perfumería enorme que exhibía en dos sendas vidrieras los mas variados productos para el cabello. Metido detrás de la mesa cargada de volúmenes un viejito de aspecto desgarbado, me pregunta -¿librito a luca joven? y saca del montón una biografía de los hermanos Marx. Con solo leer la contratapa sobre el humor absurdo y destructivo de Chico, Harpo y Groucho de repente lo entendí todo: la sacudida, la entrevista que casi deviene en una carcajada cuando la entrevistadora me cuenta que mi clase es parte de una carrera llamada "Ingeniería en gestión deportiva", el prólogo del CEO, el mercado y sus leyes, las técnicas de venta, la perfumería, los libros, los productos para la belleza capilar, compre el libro con una enorme sonrisa y luego un breve cruce de palabras con el viejo continúe con mi enumeración: la alameda, las micros violentas, el mercado, el mercado, los hermanos Marx, el humor, el absurdo, y siempre, siempre el humor.