miércoles, 10 de marzo de 2010

"Un Hombre Serio"



Preludio a un estudio de “Un hombre serio” de los Hermanos Coen

En el prólogo de “Conceptos de Filosofía de la historia” de Walter Benjamin reeditado recientemente por la editorial Caronte, la filósofa Hanna Arendt describe el fatídico vínculo entre el filósofo Berlinés, que se suicidara en 1940 en la frontera entre Francia y España en plena huída del ejército franquista, con un ser llamado “Pequeño jorobado”. Este personaje pertenece a ciertos cuentos alemanes de hadas al que Benjamin citaba frecuentemente en sus escritos y en muchas de sus conversaciones. En ellos el autor del “libro de los pasajes” recordaba como su madre se refería al jorobado en una frase que bien podría ser producto de las pequeñas y primigenias calamidades en la niñez del filósofo: “Mr Bungle le envía sus saludos”. Y así, al recorrer la vida de Benjamin, Arendt advierte la patita misteriosa del Sr Bungle oculta tras una pared o bajo alguna mesa, lista a provocarle un nuevo acontecimiento catastrófico, haciéndolo tropezar en una serie de trágicos eventos, “de amontonamientos de escombros” escribe Arendt, que concluyen con su suicidio en Portbou el 27 de septiembre de 1940.

Referirme a Walter Benjamin, y en particular a este pasaje del prólogo de Hanna Arendt en el que menciona al Sr. Bungle es un poco obra de la casualidad y en todo caso un capricho aventurero en mi pretensión de tratar de interpretar la película de los hermanos Coen “Un hombre serio” a la luz del concepto de catástrofe de Benjamin. Ponerme bajo la escabrosa piel de este film que narra la historia trágica del profesor de física del medio oeste norteamericano Larry Gopnick, (Michael Stuhlbarg) quien vive en un suburbio judío norteamericano de clase media de los años 60, y que lentamente avanza sobre un campo regado de tropiezos catastróficos, a saber: su mujer, una devota madre de familia judía que le anuncia con toda la parsimonia de una señora avezada en la filosofía new age, que lo engaña con un poco respetable gigantón de la villa, también conocedor de esa relajante filosofía de buenas intenciones y consejos del tipo “contar hasta diez”. Luego su hijo, acosado por un compañero de su colegio hebreo, próximo a convertirse en un judío íntegro a raíz de su Bart Mitzvah, comienza a experimentar nuevas miradas sobre la tradición, a partir de las nebulosas volutas de la marihuana, llegando a verdaderos momentos enteógenos al son de las estrofas de Somebody to Love de Jefferson Airplane. Otra de las catástrofes acaece de la mano de sus compañeros de trabajo de la universidad, quienes en tono amable le informan del peligro que corre su postulación al cargo de profesor titular en física, por unas cartas anónimas que circulan entre los despachos de las autoridades académicas. En las misivas se lo denuncia como autor de una supuesta coima cometida en perjuicio de un estudiante oriental de intercambio. Y por último Michael su hermano, obsesionado con la perfección de un sistema matemático e imposibilitado de armar una vida fuera de los límites de la casa de su hermano.

Un Hombre serio

La película comienza con una narración al estilo Midrashim o parábola Jasídica, ambientada en un poblado judío de Europa del este en el medioevo. El relato, casi un cortometraje previo a la historia del film, versa sobre el percance de un judío de esta aldea europea que siguiendo los preceptos de hospitalidad invita a cenar a su casa a un hombre justo, quien acepta respondiendo a la invocación de la Mitzvah (precepto). Cabe aclarar que los personajes de esta historia, que abundan en las lecturas jasídicas, son el arquetipo del judío piadoso temeroso de Dios y surcado de tradiciones, pero asimismo, como en el caso de esta historia, también de supersticiones sobre los espectros malignos (los Dybbuk). y precisamente, es la desconfianza de la mujer del hospedador hacia este visitante (que presumiblemente se halla muerto), la que desata lo que podría ser entendida como una victoria sobre el mal, o una verdadera tragedia.

Los Coen inscriben en esta suerte de primer acto, una de las claves esenciales del film, esto es, dejar libre a la interpretación de los espectadores ciertos pasajes vitales de la narración de la película, casi como las interpretaciones mismas de los pasajes de la Torah en el estudio de la Cábala. Pero también y en esto me voy a fundar en el relato de Arendt, por mucho de los escritos de Benjamin.

En esta primera historia, se perciben algunos elementos claves que como vasos conductores se irán colando hacia el relato de Larry. Uno de ellos es, lo que en palabras de Yosef Yerushalmi podría describirse como la refracción en la memoria arcaica del pueblo judío a partir de su ingreso en la modernidad y su consecuente historiografización. Pues los hermanos Coen proponen un contraste exquisito desde el fin de este pequeño y estético relato propio de la tradición oral del pueblo hebreo; tosco, frío, iluminado al calor de un brasero; con el otro relato situado en un escenario también habitado por judíos, pero, y aquí la magia del cine dispone el contraste: muy luminoso, coloreado hasta la estridencia, armónico, y sobre todo, moderno. En el pasaje del relato del Dybbuk con el de la villa en la que vive el desdichado Larry ubicada en algún suburbio del medio oeste norteamericano, puede advertirse una primera mirada crítica sobre el lugar de la tradición judía en la era moderna.

El otro elemento pero en este caso que no se funda en el contraste de ambas historias sino que las unifica, es el humor, y sobre este condimento quisiera señalar que no es casual ni meramente estético su uso, ya que desde el humor como limite representacional los Coen desmarcan los límites de lo que se “puede contar” y lo que “no se puede”, en torno a la tragedia, o sea el signo de la catástrofe en la historia del pueblo hebreo. Los Coen utilizan en este sentido en la mayoría de los casos un humor negro, que provoca esa risa que muy bien describe el director de la editorial “La Nariz”, quien en 1972 al prologar el libro “Mundo Inmundo” del dibujante Roland Topor decía: “Hay huesos en nuestro cuerpo -los codos, las rodillas-, que al recibir un golpe nos produce una desconcertante sensación: sentimos deseos de llorar y reír al mismo tiempo, ambas reacciones brotan juntas, entremezcladas, en dosis idénticas. La misma cantidad de risa y de llanto, como reacción ante el impacto que nos causa un dolor alegre o una alegría dolorosa".

Mr Bungle hace de las suyas con Larry del comienzo al fin de la película, pero la magia de los directores reconvierte y transfigura el sentido de lo trágico moviéndonos a una suerte de risa dolorosa una y otra vez, las catástrofes que asolan a Larry son el protagónico; a partir de ellas los Coen ubican en escena el trágico vínculo del judaísmo con la modernidad; pero en uno de los momentos históricos en que la modernidad resultara ser cuestionada mas candentemente es decir a finales de los años 60 y comienzo de los 70. Aunque siempre valiéndose del humor como corolario perpetuo ante el drama.






El hijo de Job.

El Libro bíblico de Job, uno de los textos sapienciales del antiguo testamento, narra las peripecias de Job, un judío habitante de la ciudad de Ur. Un hombre de fortuna y temeroso de Hashem (Dios) que resulta ser víctima de todo tipo de vicisitudes (llamémosles catástrofes) a las que lo somete el diablo por la decisión de Dios quien busca de esa forma conseguir poner a prueba su fe. Job, ante tales acontecimientos, pide la ayuda de tres amigos, que intentan consolarlo con vanas explicaciones sobre el origen de las desgracias como el resultado de sus propios pecados. Luego de la infructuosa ayuda de sus tres amigos, Job busca a un cuarto colaborador quien arguye el hecho de que si Dios está poniéndolo a prueba, esto se debe a que es posible que lo haga en función de templar su espíritu y su alma.

Los paralelismos con la historia de Larry pueden enumerarse sin problemas, su historia bien podría ser una libre adaptación de los Coen del mencionado relato bíblico. Pero por desgracia un elemento fundamental me remite, en este breve trabajo, más a Walter Benjamin que a Job, ya que al concluir la historia bíblica Job es increpado por Dios a raíz de sus numerosas quejas, quien en última instancia termina por restituirle toda su fortuna.
Al concluir la película de los Coen, encontramos a un protagonista que recupera la confianza académica, resuelve el conflicto con sus hijos y esposa, pero inmediatamente después recibe la llamada de su médico con los resultados de sus análisis, los que se anuncian como una de las últimas zancadillas del señor Bungle en su vida. Asimismo en la comunidad, un huracán amenaza desde el horizonte con arrasar todo a su paso, un viento trágico, un huracán que se encima en el horizonte de la pequeña villa y presagia una nueva calamidad y con ella la perpetuidad del avance catastrófico de la historia.

Los Coen proponen en este último gesto artístico la metáfora, o en todo caso la alegoría “Benjaminiana”, quien explicaba en su tesis IX en relación a un cuadro de Paul Klee adquirido en su juventud llamado “Ángelus Novus” la escena en que se encuentra dicho ángel, aquí resumida y comentada por Michael Lowy (2002) en el libro “Aviso de incendio”: "hay un cuadro de Klee que se llama “Ángelus Novus”. En él vemos a un ángel que parece estar alejándose de algo mientras lo mira con fijeza. Tiene los ojos desorbitados la boca abierta y las alas desplegadas. Ese es el aspecto que debe mostrar necesariamente el ángel de la historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde se nos presenta una cadena de acontecimientos, el no ve sino una y única catástrofe, que no deja de amontonar ruinas sobre ruinas y las arroja a sus pies. Querría demorarse, despertar a los muertos y reparar lo destruido. Pero desde el paraíso sopla una tempestad que se ha aferrado sus alas, tan fuerte que ya no puede cerrarlas. La tempestad lo empuja irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras frente a él las ruinas acumulan hasta el cielo. Esa tempestad es lo que llamamos progreso”. En esta escena del Ángelus Novus descripta por Benjamin podemos perfectamente imaginar una Correspondencia Baudeleriana con la escena final de la película de los Coen. En ella podemos ver entrecruzadas el momento en que Larry recibe la noticia de los resultados médicos, con la de su hijo en la escuela hebrea quien junto con sus compañeros de clase son trasladados al sótano por la proximidad del huracán, aunque la llave de la entrada a ese sótano resbale en los dedos del portero y la puerta no es abierta.

Nunca antes se había sentido el poder devastador del progreso, ese sueño de la razón moderna que terminó dando vida a la maquinaria monstruosa de Auschwitz e Hiroshima, como en los años de la posguerra. Y fue la intensidad de las revueltas de los 60 y 70 el momento en que ese sueño de la razón fue mas duramente cuestionado. Había un espíritu revolucionario que se respiraba en las reivindicaciones tanto del Mayo francés como en la revolución de la Cuba socialista, y es ese el momento histórico crucial en que los Coen ubican la historia de Larry y transponen el relato de sus propias vidas. En definitiva, allí estuvieron ellos, obedeciendo el mandato bíblico de zachor (Recuerda)

En la escena final vemos a Danny Gopnick, (el hijo de Larry) junto a quien lo ha acosado durante todo el film con el fin de que le sea devuelta una radio a transistores, esperando ingresar al sótano que los guarecerá de la tormenta. La radio, verdadero objeto moderno, fue en el transcurso del relato de Danny la portadora de la llama que ha revolucionado su mirada del mundo y de las tradiciones judías, es decir el Rock de los 60 y en particular la música de Jefferson Airplane. El acosador, de cara al huracán, brevemente voltea su rostro hacia su adversario, que lo mira desde atrás, desde las ruinas de la historia, donde “se amontonan los escombros”. Y es ese el preciso instante en que ambos intuyen un enemigo mayor la mirada que se prodigan los hermana, los une ante un Dios que no devuelve como a Job la tranquilidad a sus vidas, sino que amenaza con destruir una vez mas todo lo que conocen.
Para concluir quisiera volver a referirme a Michael Lowy (2003) y en particular a una observación que hace de la tesis IX de Benjamin en relación al “Ángel Novus”, dice Lowy: "¿cómo detener la tempestad?, ¿como interrumpir el fatal avance del progreso?. Como siempre la respuesta en Benjamín es doble: religiosa y profana. En la esfera teológica se trata de la misión del Mesías; su equivalente o correspondiente profano no es otro que la revolución. La interrupción mesiánica revolucionaria del progreso es, por lo tanto, la respuesta de Benjamín a las amenazas planteadas a la especie humana por la continuación de la tempestad maléfica y la inminencia de nuevas catástrofes.