jueves, 25 de septiembre de 2008

Patitas de Pollo

Gustavo deseaba a Silvia. Y Silvia trabajaba en una empresa de venta de bocaditos de pollo, en un stand de supermercado, en la góndola de productos congelados. Fritaba patitas de pollo parada frente a una mesa decorada con una freidora eléctrica y una bandeja de plástico las mismas horas que Gustavo atendía la caja numero 6.
Gustavo no tenía mucho tiempo libre, y la ubicación de la caja lo obligaba a dar la espalda a Silvia, excepto por breves momentos en los que al sentir el olorcito de patitas de pollo fritas que inundaba la góndola de congelados y en particular su caja número 6 se daba vuelta y la observaba los pocos segundos que tenía entre cliente y cliente.
Gustavo pensaba en estar con esa mujer, poder besarla y acariciar sus muslos, que de seguro debían ser tan sabrosos como los que vendía, y en ese trance había empezado a tener accesos de consumo compulsivo por los productos de pollo, en un principio solo consumía moderadamente, pero a medida que la unión entre el sabor del pollo y el recuerdo de Silvia se iba incrementando el consumo también aumentaba, tal vez, en un obsesivo intento de capturar la esencia de ese objeto de deseo y hacerlo suyo. Y ese deseo creció a tal nivel de frenetismo, que el pollo lentamente fue convirtiéndose en su única dieta.
Lo compraba en todas sus variables, y sobre todo los productos de la marca que Silvia anunciaba, “Patitas de pollo Sabrositas”. Gustavo comía y se especializaba en todas las formas en las que un pollo puede ser cocinado.
Con cada presa, con cada bocado deglutido, el recuerdo de Silvia lo colmaba de una irrefrenable felicidad, -Silvia está en cada una de estas presas- pensaba al masticar. De esa forma Gustavo sentía que metía un poquito mas a Silvia en sus entrañas.
Jamás se habría animado a hablarle y confesarle su amor; a él le bastaba con ese secreto solitario. A veces pensaba que estaba inventando una nueva forma de amor platónico, un amor avícolo-fágico. Nadie hubiese imaginado jamás el placer que a Gustavo le deparaba limpiar las carnes frescas de los pollos antes de cocinarlos, limpiar las entrañas e introducir los dedos en las pequeñas hendiduras que hacia a la carne, fresca de los muslos, siempre tan húmedos y resbalosos.
Gustavo era capaz de verdaderos pasajes erótico-avícola con Silvia, y cierto día en uno de esos momentos en los que giraba para ver a su musa pollifera descubrió con horror que Silvia había sido reemplazada. Su amor había sido desplazado por esas cosas que tiene la movilidad laboral en el capitalismo moderno, en los que no hay tiempo de conocer al otro. Gustavo nunca sintió tanta tristeza, tanto desamparo. Ahora, se preguntaba, ¿Qué iba a ser de el?, porque el olor a pollo frito que le llegaba ya no tenía el mismo misterio. Olía a simple pollo frito. Hasta sentía repugnancia lindante con el odio de tener que soportarlo, le hubiese gritado a la impostora que reemplazaba a Silvia lo inútil que era con las patitas fritas, y gritarle lo vulgar, lo absurdo que olía ahora toda la góndola de productos congelados, y en particular, su caja, numero 6.

2 comentarios:

Unknown dijo...

que extrañooo jajajajja y que mal que nunca le dijo a ella ...
me dio un poco de asco hacia el pollo ahora jajajajjajaja

Unknown dijo...

esa era yo por si acaso te lo preguntas .. es la cuenta de mi hermana
yo soy la Francisca :F de_profundus